Cuando la NASA dio a conocer su programa del transbordador espacial no hizo más que despertar la imaginación y ambiciones de la humanidad de explorar el espacio. No era para menos pues según los planes era una nave que podía ser parcialmente reutilizable y capaz de viajar a la órbita baja de nuestro planeta.
Sin embargo, la administración estadounidense puso fin al programa del transbordador espacial tras 135 misiones entre 1981 y 2011. En su trayectoria implicó el lanzamiento de decenas de satélites, el telescopio espacial Hubble, sondas interplanetarias y la participación en la construcción de la Estación Espacial Internacional.
El camión para el espacio
Para cuando fue presentado el programa del transbordador espacial en 1972 se pensaba que sería una especie de “camión para el espacio” ya que sería una lanzadera reutilizable de alta rotación capaz de llevar carga y humanos a la órbita baja terrestre. También pretendía ser utilizada para el desarrollo de una Estación Espacial y dar paso a una siguiente generación de naves.
La agencia planeaba finalizar los vuelos en 2010, sin embargo, debido a algunos retrasos tuvieron que postergar hasta un año después. El 21 de julio de 2011 el transbordador espacial Atlantis finalmente aterrizó en la Estación Espacial Kennedy en cabo Cañaveral marcando el último vuelo del programa del transbordador espacial.
Razones para cancelar el programa del transbordador espacial
Contrario a lo que muchos podrían creer los accidentes del Challenger en 1986 y del Columbia en 2003, aunque jugaron un papel crucial, no fueron la única motivación para acabar con el programa. También tuvo que ver un tema de presupuesto.
Cada lanzamiento de un transbordador espacial tenía un presupuesto promedio de 450 millones de dólares. Sustancialmente mucho mayor a los planes originales de la agencia durante la fase de planeación del programa. Aunque la NASA intentó economizar los viajes al espacio, con todos, los costos operativos eran tan inmensos que nunca fueron capaces de reducirlo lo suficiente.
Por otra parte, estaba el calendario y la frecuencia de lanzamiento. Al principio el objetivo era conseguir una alta rotación, es decir, poco tiempo entre el aterrizaje y el despegue de la siguiente nave, sin embargo, la realidad fue que el menor tiempo conseguido por la NASA fue de 54 días, aunque el promedio realmente eran 88. Lo cierto es que los procesos de transporte, inspección y logística eran extenuantes.
Por último, también estuvo envuelta la seguridad puesto que a pesar de que los lanzamientos empezaron a considerarse como rutinarios, el accidente en del Challenger demostró fallas estructurales importantes en la nave y una serie de negligencias en el proceso de construcción. 17 años después con la desintegración del Columbia fue el golpe mortal que hizo consciente de que el transbordador espacial es un proceso extremadamente complejo y mucho más peligroso de lo que se podría creer.
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